Cómo tomar decisiones sin “ruido” según un Premio Nobel de Economía
En su nuevo libro, “Ruido”, el psicólogo y filósofo Daniel Kahneman y dos coautores analizan los elementos que interfieren en los juicios cotidianos. ¿Puede modificarse algo que, dicen, forma parte de un “dato biológico”?
Daniel Kahneman es un psicólogo que ha dedicado su vida a analizar los errores del accionar humano, con un interés específico en las decisiones económicas. Su agenda y sus contribuciones se ven reflejadas en el presente a través de los casi doscientos sesgos cognitivos que, según confirman los varios experimentos, caracterizan el comportamiento de las personas comunes. Un sesgo es un yerro sistemático, una falla recurrente que no es fácil de evitar, porque es en gran medida una propiedad inherente a nuestra naturaleza. Si bien en algunos contextos estos errores no son demasiado gravosos, en otros implican importantes desperfectos de funcionamiento individual y también colectivos. Un grupo suficientemente grande de inversores que estima equivocadamente unos precios inmobiliarios demasiado altos, por ejemplo, puede alimentar una burbuja que puede acabar en una crisis global como la de 2007/2009. Irracionalidad, o al menos racionalidad limitada, en acción.
La historia de las ideas de Kahneman fueron recopiladas en su best-seller Pensar Rápido, Pensar Despacio, una obra que cuenta cómo fue demoliendo a lo largo de su carrera, con paciencia y sin descanso, al imaginario homo economicus que los economistas han usado como representante de las decisiones económicas desde hace casi un siglo. El agente económico representativo, así su nombre técnico, es una suerte de máquina racional que maximiza su felicidad económica (la utilidad como consumidor, los beneficios como empresario), y gracias al cual modelos con alto grado de idealismo y normatividad pueden llegar a conclusiones nítidas. Tras algunas décadas de investigación, Kahneman acabó con estas certezas y obligó a una disciplina entera a replantearse unas cuantas implicancias de sus supuestos sobre el comportamiento humano.
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La clave de los sesgos es que la gente falla en promedio. Si la mitad de los inversores piensa que las propiedades valen mucho, pero la otra mitad estima que valen poco, no se producirían burbujas. El problema está en que la mayoría erra en la misma dirección. Kahneman se centra en otra propiedad estadística de las decisiones: la varianza o desvío. La varianza es una medida de cuán lejos está cada dato de una muestra respecto del promedio, y el libro llama a este indicador simplemente “Ruido”. Un viejo chiste de la estadística dice que si un cazador dispara un metro a la izquierda de su presa y luego un metro a la derecha, en promedio se llevará el botín a casa. Ruido trata por tanto de un fenómeno estadístico, y hace un gran trabajo capturando las consecuencias de estos fallos en cada intento, que son correctos solamente cuando se agregan.
El hallazgo fundamental de los autores es que el ruido que caracteriza las decisiones está más extendido de lo que comúnmente se cree. Consultados muchos médicos se podría obtener un diagnóstico razonablemente correcto en promedio, pero los pacientes visitan a lo sumo uno o dos facultativos, y por lo tanto es muy posible que una prescripción particular sea equivocada si hay mucho ruido. Las predicciones de los asesores financieros podrían ser eventualmente correctas cuando se suman todas, pero si la varianza es alta se corre el riesgo de que a usted pierda dinero con el consultor que le tocó en suerte. El libro le da un amplio espacio en su primer capítulo a un fenómeno escalofriante: las sentencias penales para un mismo crimen son asombrosamente dispares. Según un estudio, los castigos para un mismo delito pueden ir de uno a diez años de prisión para un vendedor de heroína, de cinco a dieciocho años para un ladrón de bancos, o de tres a veinte años si se trata de una extorsión.
Un aspecto particularmente problemático es que pocos están al tanto del enorme ruido que rodea las decisiones de las organizaciones públicas y privadas, incluso las profesionales. Se confía en el juicio de expertos e instituciones, pero lo cierto es que, si bien en promedio los fallos se anulan, la mera existencia de esos fallos contiene consecuencias negativas. En los juicios predictivos, el ruido implica que alguien se está equivocando respecto del futuro, y por lo tanto que habrá ganadores y perdedores. En los juicios evaluativos, como en las sentencias penales, el ruido tiene otro efecto asociado a la inequidad: los afectados sentirán que se ha sido arbitrarios con ellos, o incluso que quienes dictaron el fallo no están actuando con honestidad. Tampoco se trata de un fenómeno novedoso o desconocido para todos: el estudio sobre sentencias del párrafo anterior data de ¡1974! El ruido es generalizado, analizable, y daña la credibilidad del sistema en su conjunto. Tampoco se trata de un fenómeno superficial y circunscripto; el ruido se presenta en casi todos los ámbitos donde hay un juicio humano de por medio. De hecho, los autores afirman que forma parte de un dato biológico, lo que lo hace particularmente difícil de corregir a nivel personal.
Si bien el libro hace una contribución concreta, no deja de reconocer y recorrer los trasfondos conceptuales que envuelven su argumento. El cálculo estadístico del ruido; la sabiduría de las multitudes de Galton; el dilema del tranvía; o la forma en que las organizaciones pueden amplificar el ruido son sólo algunos ejemplos de estas conexiones. Dejamos aquí los titulares e instamos al lector a disfrutar del texto original si desea averiguar de qué tratan cada uno de estos contenidos.
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Dos de los tres autores de “Ruido” son especialmente famosos por haber dejado huella en la teoría y la práctica de la disciplina económica, de modo que sus seguidores hurgarán con ansia en sus páginas a la captura de un nuevo aporte. Pero la respuesta que encontrarán es que en el texto no hay mucho de economía. El libro es aplicable a la economía, sí, pero sólo en la medida que examina aquellos ámbitos en los que la economía se inmiscuyó previamente. La excepción podría ser la tercera parte, dedicada al ruido en las predicciones. Allí las ideas son pasibles de ser aplicadas a los economistas, cuya proverbial falibilidad en sus pronósticos ha generado sarcasmos al por mayor.
En la cuarta parte del libro se tienden los puentes entre “Ruido” y el anterior libro de Kahneman, Pensar Rápido, Pensar Despacio. Se exploran los mecanismos mentales que originan la variabilidad en los juicios, y se desarrolla una suerte de psicología del ruido donde la personalidad individual juega un rol, aunque no del todo predecible. Los sospechosos de siempre son las reglas simples que siguen los humanos para elaborar una decisión, heurísticas que causan errores predecibles y sesgados… y también ruido. Quizás el interrogante mayor que plantea la psicología del ruido sea de naturaleza social. Pese a su omnipresencia, rara vez se considera como un problema importante, y mucho menos se establecen lineamientos para suavizarlo.
Daniel Kahneman fue galardonado con el Premio Nobel de Economía en 2002. Pero además contamos entre los intérpretes de Ruido con Cass Sunstein, coautor junto a Richard Thaler (otro Nobel) del libro Nudge, que propone una serie de políticas o “empujoncitos” para mejorar las decisiones económicas de los seres humanos reales. Es así que “Ruido” tiene asegurada inspiración para sugerir remedios que sirvan para bajar los decibeles. El libro explica que una vez que las organizaciones reconocen la variabilidad en las decisiones de sus miembros, pueden aplicar algunas reglas sencillas que previenen el ruido. El manual de instrucciones propuesto se resume en un “protocolo de evaluaciones mediadoras”, que parte de la premisa de que los juicios son como los candidatos para cubrir una vacante de personal de una empresa. Es necesario revisar los “antecedentes de cada opinión aspirante” para determinar si será considerada o no.
Una gran ventaja de “Ruido” es que no se queda en la vaguedad de las afirmaciones generalistas; los apéndices proveen un conjunto de estrategias específicas para aplicar a casos concretos. Como reconoce no tener respuestas para todo, el texto deja una serie de jugosos interrogantes y desafíos para futuras investigaciones. ¿Es posible cuantificar los beneficios probables de las estrategias para “silenciar el ruido”? ¿Qué estrategia es más provechosa y cómo se comparan entre sí? ¿Cuál es el valor preciso del ruido en diferentes contextos?
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Si bien el fenómeno analizado se considera universal, cuesta leer “Ruido” sin que venga a la mente el caso de las decisiones políticas y económicas en Argentina. La sensación de que la agenda de políticas rara vez se basa en promedios amplios, y que en cambio se sostiene en juicios definidos por el poder personal retumba en la mente, y produce ruidos en la opinión pública y en sus interlocutores. El trabajo de Kahneman, Sibony y Sunstein confirma que la probabilidad de fallar con este sistema decisorio es alta, y que los cambios de hábito en este sentido dependerán del desarrollo de instituciones que permitan poner en práctica algunas de las recomendaciones que el libro propone.
Para corregir este problema, más que de una democracia de opiniones, los autores prefieren hablar de una auditoría. La auditoría del ruido propone que individuos preparados juzguen los mismos problemas, y que luego se evalúen los resultados. Cuando la variabilidad es alta, quizás pueda convenir sustituir el juicio por reglas o algoritmos, y ésta es justamente una de las recomendaciones que hace la teoría económica para determinadas políticas. Por supuesto, las reglas tienen sus propios límites, porque podrían ser demasiado inflexibles; y además está el problema recursivo de quiénes son los que definirán estas reglas y sus excepciones en primera instancia. A fin de encarar este punto los autores proponen un método que juzgan prometedor: solicitar a un “observador de decisiones” previamente designado que busque signos que puedan indicar en tiempo real que el trabajo de un grupo está siendo afectado por uno o varios sesgos conocidos. Para el caso de la predicción, la estrategia adecuada parece ser de carácter estadístico: apelar a la ley de los grandes números y simplemente sumar múltiples juicios independientes, garantizando así la reducción del ruido.
“Ruido” es un sano ejercicio de reflexión acerca de un problema estadístico que es moneda corriente en las decisiones de las organizaciones. Su comprensión es inmediata y la adaptación de las recomendaciones parece sencilla y directa. Recuerdo que el libro estuvo a punto de ser publicado un par de años antes de su aparición definitiva… señal de que los autores, quizás, aplicaron su propio método en los conceptos que vertieron en sus páginas.
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Leé algunos fragmentos de Ruido, el nuevo libro de Daniel Kahneman junto a Olivier Sibony y Carl Sunstein:
Para comprender el error en el juicio, necesitamos entender tanto el sesgo como el ruido. A veces el ruido es, como veremos, el problema más importante. Sin embargo, en las conversaciones públicas sobre el error humano y en las organizaciones de todo el mundo, el ruido rara vez se reconoce. El sesgo es la estrella del espectáculo. El ruido es un actor de reparto que normalmente está fuera del escenario.
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En las decisiones del mundo real, la cantidad de ruido suele ser altísima. He aquí algunos ejemplos de la alarmante cantidad de ruido que se da en situaciones en que la exactitud es importante:
♦ La medicina es ruidosa. Ante un mismo paciente, distintos médicos juzgan de forma diferente si este tiene cáncer de piel, cáncer de mama, enfermedad cardiaca, tuberculosis, neumonía, depresión y un sinfín de afecciones. El ruido es muy alto en psiquiatría, donde el juicio subjetivo es importante. Sin embargo, también se encuentra un ruido considerable en ámbitos donde no cabría esperarlo, como en la interpretación de radiografías.
♦ Las decisiones sobre la custodia infantil son ruidosas. Los asesores de los organismos de protección de la infancia deben evaluar si los niños corren el riesgo de ser víctimas de maltratos y, en caso afirmativo, colocarlos en un centro de acogida. El sistema es ruidoso, dado que algunos asesores son mucho más propensos que otros a enviar a un niño a un centro de acogida. Años después, la mayoría de los desventurados niños a los que estos asesores de mano dura han asignado un centro de acogida tendrán malos resultados en la vida: mayores tasas de delincuencia, mayores índices de natalidad en la adolescencia y menores ingresos.
♦ Las predicciones son ruidosas. Los analistas profesionales ofrecen predicciones muy variables sobre las probables ventas de un nuevo producto, el probable crecimiento de la tasa de desempleo, la probabilidad de quiebra de empresas con problemas y casi sobre cualquier cosa. No solo están en desacuerdo entre ellos, sino que lo están también consigo mismos. Por ejemplo, cuando se pidió a los mismos programadores informáticos en dos días distintos que calcularan el tiempo de ejecución de la misma tarea, las horas que estimaron difirieron en un 71 por ciento de promedio.
♦ Las decisiones sobre asilo político son ruidosas. Que un solicitante de asilo sea admitido en Estados Unidos depende de algo similar a una lotería. Un estudio de casos que fueron asignados al azar a diferentes jueces, encontró que un juez admitió al 5 por ciento de los solicitantes, mientras que otro admitió al 88 por ciento. El título del estudio lo dice todo: «La ruleta de los refugiados». (Vamos a ver muchas ruletas.)
♦ Las decisiones en la selección de personal son ruidosas. Los entrevistadores de los candidatos a un puesto de trabajo hacen evaluaciones muy diferentes de las mismas personas. Las calificaciones del rendimiento de los mismos empleados también son muy variables; dependen más de la persona que realiza la evaluación que del rendimiento que se evalúa.
♦ Las decisiones sobre la libertad bajo fianza son ruidosas. El hecho de que se conceda la libertad bajo fianza a un acusado o, por el contrario, se le envíe a la cárcel en espera de juicio depende en gran medida de la identidad del juez que acabe encargándose del caso. Hay jueces mucho más indulgentes que otros. Los jueces también difieren notablemente en su evaluación del riesgo de fuga o de reincidencia en los acusados.
♦ La ciencia forense es ruidosa. Hemos sido educados para pensar que la identificación de huellas dactilares es infalible. Sin embargo, existe una variabilidad real en los juicios de los dactiloscopistas sobre si una huella encontrada en el lugar del crimen coincide con la de un sospechoso. Los expertos no solo están en desacuerdo; a veces, ellos mismos toman decisiones inconsistentes cuando se les presenta la misma huella en diferentes ocasiones. Se ha documentado una variabilidad similar en otras disciplinas de la ciencia forense, incluso en análisis de ADN.
♦ Las decisiones en la concesión de patentes son ruidosas. «El que la oficina de patentes conceda o rechace una patente está relacionado de manera significativa con la accidentalidad del examinador que le toque a quien la solicite». Esta variabilidad es obviamente problemática desde el punto de vista de la equidad.
Quién es Daniel Kahneman
♦ Nació en Tel Aviv, Israel, en 1934.
♦ Es psicólogo y Doctor en Filosofía, aunque también se desempeña como economista.
♦ En 2002 ganó el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel, conocido como Premio Nobel de Economía.
♦ Es autor de libros como Pensar rápido, pensar despacio, Elecciones, valores y marcos y Ruido, entre otros.
Historia Original: Infobae.com
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